sábado, 31 de diciembre de 2016

Intranquilos

El chico feliz se cruza conmigo mientras va cantando la canción que suena en su iPhone. Mueve los labios y juraría que está a punto de ponerse a bailar. 
A mi derecha hay un hombre que está a punto de decidir algo. Lo sé porque no para de mover el dedo índice arriba y abajo, golpeando a cada vez la madera del banco. 
A mi izquierda una mujer de unos 65 años no para de mirar a todas direcciones. Algo le preocupa. Y está bien.
Se cruza una chica joven que mira cabizbaja mientras se muerde el labio. Piensa en como va a arreglar el desastre que acaba de hacer.
Un hombre que está a unos cuantos metros enfrente de mí me mira igual que yo miro a ellos. Y me sonríe. 
Estoy sentada y no paro de mover la pierna como si se me hubiera engarrotado el gemelo. Cada vez más deprisa y golpeando el suelo más fuerte. 

«Pum, pum, pum, PUM»

Somos la gente intranquila.
La gente que quiere cambiar las cosas.

Y aquellos que solo sobreviven y pasan sin hacer ruido piensan que estamos locos.

Un poco más

La silla gira, da vueltas y yo doy vueltas con ella. Mi cabeza da vueltas conmigo. Mis pensamientos dan vueltas con la cabeza.
Giran, se enredan, chocan, se atraen, se repelen, se esfuman, se crean.
¿A dónde van?
Y yo, ¿a dónde voy? 
¿Me esfumo también con cada vuelta? 

Me mareo. Intento ordenar mi mente, mis ideas, mis visiones... Pero todo está borroso. Solo consigo ver siluetas de objetos que están a mi alrededor. Me duele la cabeza.

Podría tumbarme, relajarme, olvidarme de todo, poner la mente en blanco. Pero esto de dar vueltas... es divertido. 

Doy impulso y hago girar la silla. Giro y giro y giro, más rápido, ¡más rápido! Me voy a caer pero no puedo parar. 
Es excitante; a la vez que me duele me hace sentir bien, demasiado bien. Como hacia tiempo que no conseguía sentirlo por mí misma.

Todo está difuso, hiperactivo, siento la adrenalina, mi corazón late con fuerza y a un ritmo incansable, ya no puedo parar de dar vueltas.

Me canso y necesito más. ¡Lo necesito! Sino caeré y dolerá. Dolerá mucho.

Tengo que encontrar a James y que me de más. 

«Pero James ya no responde: está tirando en el suelo inconsciente después de inyectarse la última dosis que quedaba de speed.»

La rabia

Vuelve a encontrarse aquí, comprimiéndome el pecho. 
Me aplasta el corazón y los pulmones, casi ahogándome.
Cojo lo más cercano a mi mano: las sábanas. Las estrujo canalizando toda mi fuerza hacia mi puño cerrado, conteniéndolas.
Quiero deshacerme de esta sensación, no quiero sentir nunca más esta rabia comprimida y de alta densidad. 
Me hiero.
Quiero pensar en otra cosa pero no puedo.  
¿Qué se supone que debo hacer si no lo puedo evitar? 
¿Lo puedo evitar?
Quiero destruir esta ira que me desgarra, me oprime, me debilita, me asfixia.
No quiero verla transeúente por mi vida.