viernes, 21 de agosto de 2015

Huracanes

El más absoluto silencio se vio interrumpido por el sonido de las agujas del reloj que marcaban y dirigían el paso del tiempo. Todo el tiempo que tenía en sus manos y que se estaba escurriendo entre sus dedos. Podría apretarlas como puños e intentar atraparlo con todas sus fuerzas. Podría clavarse las uñas en la palma de sus manos en un mero intento de hacerlo permanecer. Pero siempre hay un hueco que lo dejaba pasar. 
Alguien podría decir que no tenia nada y era verdad. Estaba sentada en el suelo de su habitación vacía e iluminada por la luz que dejaba pasar una ventana rota. Pero al igual que la habitación y el tiempo que encontraban un agujero de entrada y salida, ella tenía otro en su interior.

Tapado.
O eso creía.
O así solía estar.
Hasta que...

El más absoluto silencio se vio interrumpido por el sonido de las agujas del reloj y por algo más.
El suelo de la habitación empezó a temblar y a él se le sumaron las paredes de madera de la misma. Podía sentir como aumentaba la intensidad de la sacudida en su cuerpo.
El reloj cayó y las pequeñas agujas se partieron por la mitad. Por un momento sintió que existía el no pasar del tiempo y que estaba ocurriendo en aquel mismo instante.
Pero no tenía miedo.
No era un terremoto.
El cristal de la vieja ventana reventó por una presión exterior que no se explicaba pero que empezaba a notar como se acercaba.
El viento que se filtraba jugaba con su pelo y enfriaba su piel desnuda.
La lluvia empezó a caer sobre ella.
Y todo se volvió más intenso.

El viento, la lluvia, el temblor, sus latidos.

Cada vez más brusco.
Cada vez más devastador.
Cada vez todo más roto.
Pero no tenía miedo.
Ya sabía lo que se estaba acercando...

Era 
su 
huracán.

Había llegado para destapar su pequeña grieta interior y hacerla estallar.