jueves, 28 de agosto de 2014
Su voz de eternidad
viernes, 8 de agosto de 2014
Qué bien me sabe este ahora
Este año he podido conocerme más a mí misma y hace poco que he descubierto el gran conflicto que llevo dentro de mí, y que probablemente lo compartan muchas personas.
Quién diría que la filosofía me iba a ayudar tanto, pero así es.
Todos estos años los he vivido sosteniéndome en la lógica, en lo que debo hacer, lo correcto, lo verdadero, lo bueno. Y entonces llegas a un punto en el que sabes que Nietzsche tenía razón. Esas cosas no existen. No existe ni lo bueno, ni lo correcto, ni lo verdadero. Todo es una invención nuestra, como lo es el dinero, el éxito profesional o nuestra propia vida, incluso. Desde que nacemos estamos sujetos a este modelo de vida que ha impuesto una llamada sociedad, estamos continuamente condicionados por nuestro alrededor. Porque se supone que somos seres sociables y que debemos encontrar un bien común para vivir en paz y armonía. ¿En serio alguien se cree eso? El ser humano es el ser más egoísta que existirá nunca. Sólo hace falta mirar un poco más lejos para darse cuenta. ¿Cuántos de los que viven hoy en día mirarían la vida de los demás por encima de la suya propia?
Entonces, ¿para qué sirven todos esos términos que rigen nuestra moral, nuestro comportamiento?
Ahora que sé que no sirven para nada, un miedo que me oprime el pecho se va desvaneciendo, poco a poco. Siempre he actuado mirando que mis acciones se ajustaran a la aprobación de los demás, es decir, que me importaban las opiniones ajenas. Nunca he querido actuar injustamente porque nunca he querido hacer daño a nadie. Y sólo me hacía daño a mí. Pero lo mejor es que la gente hace daño, y le da igual. Yo creía que existía lo bueno pero no existe.
Ahora que no tengo miedo del que dirán, quizás pueda ser más sincera conmigo misma y con el mundo. Sé que debo vivir según como lo sienta en ese momento, sin pensar demasiado en todo lo demás. Por que, al fin y al cabo, soy una vida más de las miles de millones de vidas que habrán y que han habido, y sé que si no aprovecho este momento, este ahora, no lo podré aprovechar nunca.
Y el arrepentimiento no es algo que quiera sentir.
Solía ser una cobarde, hace 10 minutos también lo era y ahora también lo soy. Pero menos que antes. Y quiero llegar a ser valiente.
Esto es lo que quiero.
«Déjate llevar» me dijo. Y no supe el valor de esas palabras hasta ahora.
Lo haré,
lo haré...
lunes, 23 de junio de 2014
Persianas
martes, 18 de febrero de 2014
El amor también se puede suicidar
Las últimas reservas de esperanza se le agotaron hace días. Ya no le quedaba nada. Ni nadie.
Estaba perdida y eso es lo peor que le podía pasar en un mundo caótico como en el que estaba. No sabía qué hacer, a dónde ir. Ya no habían brújulas en sus manos.
La dulzura de sus ojos
color miel fue
desvaneciéndose poco
a poco
.
Sólo eran dos agujeros negros.
La luz del Sol no tenía nada que hacer si quería verlos brillar.
Al borde del acantilado,
el rumor de las olas acariciaba sus oídos
mientras inhalaba el olor a arena mojada, a sal.
Sentía la agonía dentro de ella, golpeando sus pulmones, queriendo subir por la garganta, estirando las cuerdas vocales, arañando el corazón. Sin embargo, ella se mantenía inmóvil, con la mirada fija en la nada, como si estuviera durmiendo con los ojos abiertos.
De repente, esa imagen.
Ese recuerdo que le mataba cada día.
Se dobló en sí misma mientras agarraba sus rodillas.
Cerró sus ojos y podía sentir el frío salir de sus poros.
Quería llorar pero no podía.
Quería gritar pero tampoco le salía la voz.
Eso era ella: nada.
"A sólo un paso" pensó.
Ahora las olas eran más violentas y el rumor se había convertido en estruendo.
Se abalanzó a los brazos del vacío.
El viento azotaba su cara,
enredaba su pelo,
jugaba con su vestido.
Estiró los brazos.
Por fin era libre.
Libre de sus pesadillas,
de sus miedos,
de sus monstruos.
Por fin era pájaro.
Y sonrió.