lunes, 23 de noviembre de 2015

Autocongelación

Abro la ventana que está justo detrás del cabezal de mi cama, extiendo el brazo y logro sacar la mano. Es de noche y la única luz que se filtra por la persiana proviene del piso de enfrente. 
No sé muy bien por qué lo hago, pero me pongo a jugar con el aire. Lo balanceo de un lado hacia otro, mi mano baila con él y parece que lo hacen al unísono. 
Un vaivén delicado.
Paro por un momento y dejo mi mano suspendida. No tarda en empezar a temblar interrumpidamente y yo la observo mientras le dejo hacer.
Porque mi mano también tiene derecho a expresar cómo me siento, no sólo el corazón y el estómago tienen nudos y entrañas. 
Y puede que tiemble de nostalgia, de miedo, de incertidumbre. No lo sé. O quizás de frío.
Sí, tiembla del frío que está dentro de mí y que las arterias hacen llegar a las puntas de mis dedos.
Espera... ¿Me estoy congelando?

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